Imagina una jaula esférica en la que
hay conectadas muchas bombillas pequeñas, como de Navidad. Imagina
una figura en su interior. Estás a oscuras mirando la jaula.
Las bombillas van encendiéndose una a
una. Permanecen iluminando unos segundos y se apagan, no vuelven a
brillar. Cada bombilla te enseña una nueva característica de la
figura.
Así funcionan mis enamoramientos, efímeros. Y no los desprecio, aunque parezca que funcionan mal a quienes
prefieren aferrarse a la seguridad de un trozo de realidad
permanentemente iluminado. Van formando un ente, un habibi intangible
desde lejos: no puedo verlo de un vistazo, pero puedo conocer sus
rasgos poco a poco gracias a mis microromances... Lo breve no les quita
lo real.
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