Las partículas del aire permanecen
apiladas ordenadamente en filas y columnas, formando un cubo
cristalino, una pecera de píxeles tibiamente aterciopelados en cuyo
fondo dormitamos con media cara plastificada por las babas.
Los ruidos de la calle nos atraviesan
de pies a cabeza, arrullándonos como un metrónomo para gigantes. La
luz espesa del pre-atardecer difracta a través de las persianas
salpicándonos los brazos con densas líneas azules y amarillo
mostaza.
l
r u i d o s
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Semisonreímos con los
músculos cargados de sopor y los párpados húmedos. La duermevela
condensada forma cristales de legañas en nuestros lacrimales.
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