9/23/2015

Algo estorbaba el sueño de La Princesa. Harta de parpadear y bostezar sin resultado, bajó los cien colchones con los que habían fabricado su cama y rebuscó entre ellos al causante de su insomnio. ¡Hola, guisante! No puedo dormir, ¿y tú? Y el guisante, que tampoco podía dormir, la cogió en sus brazos y la hizo rodar junto a él por el suelo, meciéndola mientras cantaba viejas nanas de guisante que aprendió cuando aún estaba en el limbo pre-vital de la vaina, junto a sus hermanos guisantes. Finalmente, La Princesa se durmió cuando los primeros rayos de Sol estiraban sus brazos sobre el valle, apoyada en su Guisante y convertida, ya para siempre, en una renegada de la comodidad de los colchones. 

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