7/13/2010

bichos

En verano se nota más que son los bichos la especia dominante que, amablemente, nos deja un poquito de sitio en la Tierra.
Sobretodo por la noche, pero también por la tarde.

Por la mañana como mucho hay guerra entre ellos: las arañas han conquistado mi yerba y hacen trampas por las hojas, atrapan a las hormigas voladoras que, también por la mañana, caen por todas partes copulando como locas. Yo, desde luego, estoy de parte de las arañas, cuantas más putas de esas se coman ahora menos invadirán mi cuarto en invierno.

A partir de las siete empiezan a entrar por la ventana moscas-vigilantes que dan una vuelta a la habitación y salen (sólo una y nada más que una porque es pa comprobar que no pasa nada).

Cuando oscurece y se calienta el aire y salen los borrachos y las flores cierran la boca, llegan las polillitas, los mosquitos y los demás seres voladores a los que nadie quiere a suicidarse a mi flexo y a caer sobre mis apuntes. Yo restriego la hoja por el marco de la ventana y sigo con lo mío, y se van acumulando los cadáveres en el alféizar hasta que me voy a dormir.

Justo antes de dormirme los escucho hablar. Unos recogen los cadáveres y otros vienen y se sientan en la barandilla de mi cama. Los más valientes o idiotas se me posan en la barriga. Sé que hablan de mi, pero no puedo entenderlos. Intento hacerme la dormida a ver qué hacen, pero no se dejan engañar y esperan siempre a que me duerma para hacer conmigo sus experimentos y dejarme luego casi como estaba tumbada en la cama, con las bragas metidas en el culo y las babas colgando de la boca. Entonces chascan los dedos y yo me despierto de repente pensando, como una posesa, en que ya sólo me queda un examen para ser libre, mientras ellos se van frotándose las patitas a sus laboratorios diminutos a pasar los datos al ordenador.

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