Ante la perspectiva de tu vuelta, el
mundo se arquea como un gato negro tuerto que quiere dar buena
suerte. El aire se vuelve de aceite requemado y dejan de gustarme mis
manos. Las parejas se vuelven más nítidas. Empiezan a estar por
todas partes. Con sus contraseñas de amor y sus conversaciones con
condón que nunca llegarán a ningún oído. The sadness. The
sadness. La tristeza empieza a condensarse infiltrandose en el ciclo
del agua. A metabolizarse en la gente atravesando sus pieles
camuflada entre el sudor. Luego se reproduce en las glándulas
lacrimales. Y los ojos brillan con tristeza. Que es mate.
Quererte es subir la pared de la vasija infinita que me atrapa y, al llegar al borde, soltarme.
Vete. No quiero verte nunca más.
Sólo quiero oir hablar de ti.
Arrastras, atadas a
tus pies, todas esas latas oxidadas que babean recuerdos. Vienes
caminando por el mar. Llevas encima tanta culpa como cabe en una
columna de atmósfera sobre alguien tan flaco. Abres los brazos y vas
aspirando aire. Llegas riéndote porque todo el peso de la culpa más
larga de mi vida me va a enterrar viva una vez llegues y me abraces.
Y todos esos parásitos que crecen entre las arrugas que te han
salido en los dedos de secarte lágrimas van a caer sobre mi y van a
cambiarme de color.
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