Ninguna casa tiene encendidas las
luces. Sólo iluminan sus televisiones, que hablan mientras sus
habitantes intentan dormirse de una puta vez.
La resaca se extiende hasta allí donde
terminan las luces de las farolas que indican caminos por los que
alguien vuelve a casa, conduciendo y cagándose en dios.
La resaca ha pringado todo el paisaje
pero, a lo mejor,
alguien vuelve caminando
(como nosotros esta mañana)
porque ha decidido que no quiere que le
lleven a casa.
Porque he decidido que no quiero que
nadie me lleve a casa. Tengo que comprobar, antes de que la resaca me
disuelva el cerebro, que SI MUEVO LOS PIES ASÍ Y ASÍ, LLEGO DONDE
QUIERO IR.
Y sobretodo tengo que comprobar que
esto no es una metáfora
ni un propósito para el año nuevo
ni una tontería que se hace porque
quieres que te baje ya el spiz
ni una excusa para estar un rato más
con este tío.
No se explica con filosofías ni con
cuentos
nada de lo que voy a hacer.
Sólo caminar
y nunca más dejar que nadie me lleve a
ningún lado, porque desde el coche no puedo arrancar trebinas que
desayunar mientras me río de lo fácil que es sólo ser.
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