1/14/2013

manifiesto

Menos mal, por fin he entendido lo del miedo repentino a los peces cuando era más chica.
Por fin he aceptado mi naturaleza anfibia
y he comprendido que no tengo miedo a nada.
Por dentro soy peluda:
por algunos sitios llena de césped (del loco que nadie corta, con trebinas, hormigueros, amapolas y hummeln)
y por otro con praderas de algas y charquitos llenos de pescaditos y estrellas y cangrejos ermitaños.
A veces me sube la marea por dentro. Es raro, no lo puedo explicar. Pero me sube y se ahogan un rato las praderas de algas y los charquitos se unen.
A veces, por la tarde, me baja el mar de nubes como una cascada desde las montañas. Si te pones desde San Roque se ve. La gente se para a sacarle fotos. Aunque los atardeceres nunca son rojos.
A veces se me ponen las pupilas estrelladas. Cuando se funden las luces de la calle, sobretodo. Y se me ponen las piernas en forma de camino, con dirección a Las Mercedes, aunque nunca llego porque yo vivo antes. Y estornudo risa, y también la lloro porque yo sí que tengo suerte... y llego con la ropa chorreando pero nadie se da cuenta porque la risa es invisible. 

Me encanta tener todo esto dentro, 
me encanta ser capaz de sacarlo (sólo algunas cosas pequeñas, como cuando la gente se lleva piedras del Teide)
y ser capaz de encontrar a otras personas con paisajes así en su interior, 
somos pequeños trozos de algo muy grande, y hace cosquillas saberlo.

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