Mi misión como científica es cazar
fenómenos,
simplificarlos,
entenderlos
y modelizarlos.
Comerme su carne y mirar su esqueleto
desde todos los ángulos.
Esquilar
para poder medir mejor.
Rasurar
para lamer mejor.
Utilizo en mi análisis
pocas-pero-precisas palabras, para no perderme en mi camino al
inalcanzable cero absoluto: el esqueleto del esqueleto.
Mi misión como artista consiste en
identificar la jaula-realidad en que me muevo y pelarla de su
vegetación-camuflaje. Dar dos pasos hacia atrás y mirar las rejas
oxidadas que me miran respirando despacio, conteniendo el miedo
porque no pueden escapar.
Luego, planto semillas de enredadera a
sus pies, en todos los huecos, para cubrirla de vida-verde-calentita,
esta vez escogiendo yo qué plantas nacen y la cubren, para que
crezca, de una forma nueva, una realidad II cuyo esqueleto ya no me
tiene miedo.
Vuelvo a actuar como científica y podo
mi enredadera con cuidado para descubrir que la verja que sujeta la
planta que crié ya no es la misma que había analizado: tengo que
volver a estudiarla para luego re-recubrirla y así voy alternando
mis dos hemisferios cerebrales.
Ésta es mi vida como cientista o
artífica que
crea
destruye
investiga
destruye
crea
con sus sentidos-sensores y sus
herramientas-cuerpo,
para construirse un mundo propio
reciclando uno que existe pero está viejo.
Mi mundo nuevo hierve y crece
constantemente. Como una galaxia vista desde lejos o un lapo visto
con microscopio.
Algún día yo pararé de existir, mi
mundo dejará de crecer y mi jaula quedará abandonada en un
descampado, lista para ser reciclada por un ser nuevo que la necesite
en su proyecto.
Así.
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