Me encanta cuando el Sol y yo hablamos a mediodía.
Yo me hago un café sólo para mi porque él ya lleva rato despierto y se ríe de mis legañas y de que le ha costado mucho sacarme del sofá en el que me quedé dormida anoche. Un Sol a estas alturas del invierno siempre es un pequeño premio, una señal de que es así como hay que vivir: en sillones prestados, bajo mantas robadas, sin ningún plan que pueda salirse de una playa y con olor a sudor para que todo el que te huela sepa químicamente que eres feliz.
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Feliz domingo.
Domingo sin papel, sin tabaco, sin resaca, sin resurrección... Sin domingo. Con todos estos sentimientos en una mano y todos estos órganos vacíos en la otra. Sin saber cómo unirlos o reciclarlos.
Bostezo largo.
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El vacío dentro de mi es tan grande que si te cayeras a mi boca, te levantarías en Australia.
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Ojalá el mundo no tenga explicación. Ojalá toda la física sea mentira. Mi deseo para el año nuevo es que todos dejemos de creer a la vez en el Orden.
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Las personas que sabemos querer damos asco.
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Mientras tanto, en un universo paralelo de un par de metros cuadrados, follo con un semidios Tigre muy primitivo en un colchón rosa sin muelles y se me abren otra vez las heridas de los pies. Sobrevivo sin comida y el cerebro me funciona intermitentemente. Tengo que agarrarme a su cuello para no caerme a la vida real. A su alrededor oscila una región altamente magnetizada en la que los teléfonos no funcionan... Es un semidios, joder, qué esperas.
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