11/28/2013

volver

Te sangra un poco el labio, pero no dejas de morderlo. Caminas con las manos en los bolsillos, moviendo los pies tan desacompasadamente que tropiezas tres veces antes de llegar a la esquina de tu calle.
El frío te sacude con sus diminutos brazos de nieve. Te pellizca, te pincha... Escuchas risas enlatadas en el viento, que te lame la sangre del labio. Cuando por fin llegas al portal y metes la llave en la cerradura, te lloran los ojos. Al menos la sangre se ha secado.
Subes reptando los escalones, peleándote contra la gravedad que tira tan fuerte de ti  que parece querer arrastrarte a través del suelo hacia el infierno.
Segunda cerradura.
Por fin, te tiras al sofá. Tu cuerpo se abraza a él sin pedirte permiso, mientras tu mente ya se te ha caído al techo y tumbado no alcanzas a cogerla. Casi inconsciente, bajas la mirada cuando, no sé qué cosa ves, sin querer, tirada por el suelo, que es un interruptor.
Clic.
Cuando te das cuenta, has invocado a Amina y aparece sentada, en bragas, en la mesa del salón y te mira somnolienta, preguntándose qué hace ahí.
Te cagas en dios y en el m, que a estas horas ya te produce esas alucinaciones que tardarán poco en convertirse en la implosión depresivo-compulsiva que te sumirá en la mierda toda la semana. Encima empieza todo con ella. Con sus ojos negro imán, con sus ojos subrayados de violeta, con sus ojos que parpadean disparos. Le cuelga de la boca un bostezo, que explota abriéndole los labios-libres-lèvres... Miras su paladar, donde se le pegaba la risa y se le volvía roja. Y miras al fondo de su lengua, donde a veces dormías. Y esa campanilla que acariciaste convulsionando tantas veces.

       - Si no fueras una alucinación de yonki, te contaría que

Y vomitas, ante una aparición holográfica muda que no tiene culpa de nada, toda la mierda mental que has acumulado desde aquel portazo fatal que dejó a la Amina buena, la que se podía tocar, lejos de tu mesa, de tu sofá y de todo tu mobiliario, en general.
Hablas, hablas, y no paras de hablar porque Amina no se baja de la mesa ni te manda a callar, sólo mira (pero no escucha) ninguna de esas cosas que tendrías que haber dicho antes del portazo.

A mediodía el Sol se asoma a tu salón por la ventana y te encuentra hablando aún solo, con el labio mordido y sangrando. En un gesto de piedad, aprieta el interruptor que no viste, y
clic.
Desapareces.

Amina parpadea sorprendida. Se encoge de hombros, se estira y se tumba en la mesa... A solas con el Sol y con la tranquilidad que da no estar existiendo de verdad, le enseña a él su risa roja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario